¿Qué pasó con el matrimonio de Magaly Medina y Marco Mendoza, padre de su único hijo?

La conductora de espectáculos estuvo casada, sin embargo poco se conoce de Marco Mendoza.

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    ¿Qué pasó con el matrimonio de Magaly Medina y Marco Mendoza, padre de su único hijo?
    Magaly Medina y las razones de su separación con Marco Mendoza

    Magaly Medina está actualmente casada con Alfredo Zambrano, sin embargo, mucho antes de hacerse conocida, la conductora de espectáculos tuvo un matrimonio que terminó rápidamente, luego de enterarse que estaba embarazada.

    Es así que, esta historia tiene un pasado que no le gusta mucho a la 'Urraca', por eso ahora te contamos todo sobre este momento de la vida de Medina, que tuvo dos años de convivencia.

    El matrimonio Mendoza Medina

    Magaly Medina y Marco Mendoza se casaron en 1983, pero la conductora contó en una pasada entrevista con Andrea Llosa sobre lo que vivió en esos años, cuando tenía 19 años y se casó por presión de sus padres.

    “Tenía 19 años. Fue mi primer enamorado. Me casé porque tenía que casarme. Mi papá no me iba a dejar tener un hijo sin casarme: era muy conservador. Conviví dos años. (…) Cuando me sé embarazada, nosotros habíamos terminado”, contó en un inicio.

    ¿Por qué se separó del padre de su único hijo?

    Tras las constantes peleas que tenían en su casa, Magaly decidió iniciar el divorcio con Mendoza. Según explicó ella tenia mala relación con él e incluso se aguantaba todo pues aseguraba que tenía mal carácter.

    “Yo preparé mi separación muy calculadoramente y fría. Al tipo le aguanté todo y yo callada. Es que tenía un carácter horroroso. Ya ni siquiera yo peleaba. Él trabajaba en Lima, y cuando estaba los fines de semana peleábamos. Entonces, era una relación muy tirante”, agregó Magaly.

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    Señaló que su esposo no quería que ella no estudie, ni mucho menos trabaje, por lo que ella planeó la forma de su separación e incluso señala que lo dejó 'como un zapato viejo'.

    “No me permitía ni trabajar. Contra su voluntad postulé a la universidad de Huacho y estudié todo un año administración de empresas. (…) “Preparé cada paso de mi separación. Fui muy mala con él, no me convenció su llanto y lo dejé, como se deja un zapato viejo. Sí, (él me amaba) mucho”, sentenció.

    Marco Mendoza no se hizo cargo de su hijo

    Según contó Magaly, su exesposo no quiso hacerse cargo de su hijo, por lo que ni siquiera le pasaba el dinero de su pensión, por lo que ella hizo de padre y madre para sacar adelante a su primogénito.

    “Yo tenía que trabajar para mandar para la leche y pañales. Con el tiempo, mi exesposo entendió y envió para los gastos, pero fundamentalmente mi hijo fue mi responsabilidad toda mi vida”, contó para RPP Noticias.

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    La desgarradora carta de Gianmarco Mendoza, hijo de Magaly: “Termina siendo divertido ser el descendiente de la bruja mala”

    En el año de 2007, Gianmarco Mendoza por primera vez, se mostró a los medios y, en ‘Etiqueta Negra’, le escribió una extensa carta a su madre Magaly Medina donde le expresa todo lo que siente por ella.

    “Madre, duele decirlo, pero en mi memoria están grabados todos los insultos que, desde hace ya una década, la mayoría de periódicos del Perú, algunos intelectuales y los autoproclamados «guardianes de la moral y las buenas costumbres», te arrojan. “Ave de rapiña”, te han dicho, “Reina de la telebasura”, “acosadora”, “fea”, “mal ejemplo” y decenas de agravios más, algunos de los cuales prefiero no repetir. Al menos yo no.

    Mis profesores de periodismo también hablan de ti. Siempre hablan (mal) de ti. En asignaturas de todo tipo te han lanzado adjetivos de todo calibre: “Mala periodista”, “inmoral” o –éste es uno de mis preferidos– “personaje lleno de envidia y resentimiento, encargado de destruir hogares a su paso”. Dicen que en contra de ti deben emprenderse cruzadas para limpiar la TV peruana, es decir, para librarla de tu malévola presencia: salvar a los espectadores indefensos que no saben lo que hacen cuando disfrutan cada minuto de tu programa. Alguna vez escuché que te llamaron “bastarda”, querida mamá. Sólo eso faltaba, me dije. Ya antes habían escrito ficciones sobre tus relaciones amorosas, sobre las supuestas infidelidades de las que fuiste víctima. Han escrito tanto (y tú te has defendido tan poco) que a veces pienso que nada de eso te fastidia.

    Dicen que tu trabajo es un mal ejemplo para todos aquellos que, como yo, aspiran algún día a ser periodistas. “Urraca”, es uno de los apelativos que te han puesto, que es una manera de decir que te gusta hablar de las vidas ajenas, que eres una chismosa, mamá, una urraca, por preocuparte de los otros, por mandar cámaras para que filmen, in fraganti, a los famosos de este país. Cuando hablan de ti en la universidad, algunos esperan mi reacción. “Oye, ya pues, ¿de veras no te molesta escuchar todo eso?”. Soportar tantas clases con lo mismo, te lo he dicho, dejó de ser difícil hace algún tiempo. Es una ironía tener que cultivar la paciencia, esa cualidad que tus críticos dicen que tú no tienes. Si estuvieras en mis zapatos (en mi aula de universidad), seguro te enfrentarías al censor de turno, a los periodistas sin periódico, a los comunicadores de salón que llenan su ociosidad hablando de ti. Yo sigo prefiriendo sonreír y mantener la cordura en ese ambiente hostil. Son, finalmente, los gajes del oficio, un derecho que seguro tengo que pagar, un simple entrenamiento para lo que vendrá después. Y aunque tolerar la avalancha de adjetivos en tu contra puede afectar mi cordura, por ahora, ya te dije, prefiero no caer en el juego. Me divierto un rato. “Hijo de la Urraca no pisa el palito”, es decir, no cae en el juego, titularía algún diario popular.

    Dicen que tu trabajo es un mal ejemplo para todos aquellos que, como yo, aspiran algún día a ser periodistas. “Urraca”, es uno de los apelativos que te han puesto, que es una manera de decir que te gusta hablar de las vidas ajenas, que eres una chismosa, mamá, una urraca, por preocuparte de los otros, por mandar cámaras para que filmen, in fraganti, a los famosos de este país. Cuando hablan de ti en la universidad, algunos esperan mi reacción. “Oye, ya pues, ¿de veras no te molesta escuchar todo eso?”. Soportar tantas clases con lo mismo, te lo he dicho, dejó de ser difícil hace algún tiempo. Es una ironía tener que cultivar la paciencia, esa cualidad que tus críticos dicen que tú no tienes. Si estuvieras en mis zapatos (en mi aula de universidad), seguro te enfrentarías al censor de turno, a los periodistas sin periódico, a los comunicadores de salón que llenan su ociosidad hablando de ti. Yo sigo prefiriendo sonreír y mantener la cordura en ese ambiente hostil. Son, finalmente, los gajes del oficio, un derecho que seguro tengo que pagar, un simple entrenamiento para lo que vendrá después. Y aunque tolerar la avalancha de adjetivos en tu contra puede afectar mi cordura, por ahora, ya te dije, prefiero no caer en el juego. Me divierto un rato. “Hijo de la Urraca no pisa el palito”, es decir, no cae en el juego, titularía algún diario popular.




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