¡Mis propias hijas destruyeron mi casa! Peruano rompe en llanto tras negarse a entregarles la herencia
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Lo que debía ser un proceso de duelo familiar terminó en una escena desgarradora. Emilio Ramírez Pro, un padre de familia peruano, vive una de las peores pesadillas que un ser querido puede enfrentar: la traición de sus propias hijas. Entre sollozos, relató cómo Yennifer e Ivon, acompañadas de sus esposos, llegaron con un tractor para demoler la casa donde vivieron los mejores años de su familia. ¿El motivo? Presionarlo para que les entregue la herencia de su difunta madre.
“No sé qué clase de hijas he criado”
“Me amenazaron. Me obligaban a firmar. Pero me enfermé y no pude…”, contó Emilio, quebrado, en medio de los restos de lo que alguna vez fue su hogar. La escena, más propia de una película trágica, ocurrió luego de que el padre se negara a ceder inmediatamente los bienes tras la muerte de su esposa, Aurelia Nina Paucar, quien falleció el 21 de marzo de 2024. El proceso de sucesión intestada los reconocía a él y a sus hijas como herederos legales, pero el conflicto estalló cuando ellas exigieron que se repartan los bienes sin esperar más.
La casa que se convirtió en ruinas y símbolo de abandono
El cemento, los ladrillos, el techo… todo fue reducido a escombros. La vivienda, que durante décadas representó esfuerzo, amor y sacrificio, quedó destruida por decisión de quienes alguna vez la llamaron “hogar”. Emilio, visiblemente afectado, recordó con dolor que él financió la educación de sus hijas y hasta apoyó económicamente el viaje de una de ellas a Estados Unidos. “Yo estoy enfermo. ¿Qué les costaba esperar? Las desconozco”, dijo con la voz rota, rodeado de polvo y recuerdos rotos.
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Un conflicto legal que terminó en tragedia familiar
Según el documento publicado en El Peruano, Emilio solicitó que sus hijas fueran reconocidas como herederas forzosas junto a él. Pero su frágil estado de salud le impidió continuar con el trámite al ritmo que ellas exigían. El resultado fue devastador: una relación familiar hecha añicos, una casa demolida, y un padre que hoy solo pide comprensión y algo de paz. “Dios es grande”, repite, buscando consuelo en medio de la desolación.
