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No podrán callarlas: víctimas de esterilizaciones forzadas levantan sus voces

Los testimonios de estas mujeres están inscritos en el Registro de Víctimas de Esterilizaciones Forzadas, pero hasta ahora no reciben ningún tipo de indemnización. Únete al canal de Whatsapp de Wapa

    No podrán callarlas: víctimas de esterilizaciones forzadas levantan sus voces
    Dilcia, Rute y María Elena están inscritas en el Registro de Víctimas de Esterilizaciones Forzadas. Foto: composición LR

    Piden que el presidente Pedro Castillo disponga una partida para las afectadas. Dilcia Cano, Rute Zúñiga y María Elena Carbajal nacieron y crecieron en diferentes regiones, pero lamentablemente las tres sufrieron un daño irreparable en sus cuerpos y sus almas.

    Estas tres mujeres han pasado los últimos 25 años pidiendo justicia para las miles de afectadas, como ellas, durante el Gobierno de Alberto Fujimori. El diario La República nos cuenta sus historias en una investigación detallada.

    Quiere creer en la justicia peruana, reveló durante la entrevista María Elena Carbajal, una de las miles de víctimas de las esterilizaciones forzadas aplicadas con mentiras y chantajes durante el Gobierno de Fujimori.

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    “Han pasado 25 años desde lo que nos hicieron, y quisieron archivar la denuncia varias veces. Tomó casi un año la lectura de la resolución para que se inicie el proceso judicial. Espero que ahora nos hagan justicia”, agregó con nostalgia durante la conversación con La República.

    Según comentó, nunca olvidará que el 18 de setiembre de 1996, tras haber nacido su cuarto hijo, la esterilizaron bajo extorsión. “Fui al hospital María Auxiliadora a dar a luz y me esterilizaron el mismo día. Escondieron a mi hijo para condicionarme. Dijeron que, si no aceptaba ligarme, no me lo traerían. Por la angustia de que se lo roben, acepté”, reveló con cierta nostalgia.

    Pero eso no fue lo peor, cuando despertó, nadie le daba razón de su hijo y cuando llegó su esposo, le contó todo lo que había pasado. “Él se enojó conmigo y dijo que lo había hecho para tener otras parejas. No le importó que no estuviera mi hijo y se fue”, relata.

    Horas después le entregaron a su hijo porque su suegra llegó a reclamar. Por vergüenza, no le contó que había sido esterilizada. “Recién entonces apareció mi hijo envuelto en una bata de adulto, todo cianótico”, indicó.

    La República relata que ese día, la vida de María Elena Carbajal, ya no pudo ser como antes. Nunca volvió a ver a su esposo y evitó hablar del tema hasta muchos años después en que se armó de valor para contarle a sus hijos. Ahora, con 51 años, es una incansable activista en la lucha de las mujeres afectadas por las esterilizaciones forzadas.

    “Lo que nos hicieron fue horrible. Te esterilizaban y te mandaban ese mismo día a tu casa. A mis compañeras de provincia les fue peor, fue tortuoso. Las llevaban en camiones, a caballo, y cuando acababan, las botaban como si fueran animales”, resume el dolor que padecieron.

    Otra revelación

    Por su lado, Rute Zúñiga Cáceres también brindó su testimonio a La República. Ella vive en la comunidad de Limatambo, provincia cusqueña de Anta. Aunque está tan lejos, no se ha perdido ninguna audiencia. Se reunía con otras víctimas para escucharlas por internet.

     “Por fin se ha comenzado el juicio. Pero tanto ha demorado y tantas veces suspendían las audiencias. Muchas mujeres han muerto esperando. Ojalá que ahora avance lo más rápido”, sostiene.

    Rita detalló que el 10 de febrero de 1999 un grupo de sanitarios llegó a su casa y con engaños la llevaron al centro de salud de Anta. Le dijeron que era para vacunar y medir el peso y talla de su cuarta y última hija.

    “Con ambulancia nos han llevado y en el centro de salud nos han encerrado. Nunca dijeron lo que me iban a hacer, no me dijeron que mi barriga iban a cortar”, rememora. Solo la hicieron pasar a ella. Su esposo quedó afuera esperando con la bebé, sin entender qué estaba pasando.

    Sin embargo, Rute se negó a ser esterilizada, pero la forzaron y la colocaron en una camilla, le amarraron una pierna y le sujetaron los brazos, y como no se dejaba, el doctor que entró a operarla ordenó anestesiarla para que no siga resistiéndose. Horas después la llevaron de vuelta a su casa con pastillas para el dolor.

    La herida no termina de sanar

    Dilcia Cano Guerrero es otra de las mujeres que contó su historia a La República. Ella no puede evitar el llanto cada vez que recuerda. A pesar de todos los años que han pasado, la herida en su alma y cuerpo no ha terminado de sanar.

    “Quedamos mal de salud, con dolores. Hasta cáncer me dio. Varias mujeres se han ido ya, no tenían para sus medicinas. Más claro, se están muriendo”, señala. Dilcia vive en el caserío Sauce Chiquito, en la provincia piurana de Huancabamba.

    De acuerdo a lo que relata, la mala suerte le vino un día que ya ni quiere recordar, en que bajó a la ciudad a vender sus hierbitas. Cuando estaba por regresar, se le acercaron dos “gringas” y le preguntaron cuántos hijos tenía.

    Con la inocencia que la caracteriza, ella respondió que tenía cuatro, le dijeron que le podían dar un remedio para que ya no sufra, que le harían un “cortecito” y eso sería todo. Nunca le explicaron bien.

    La llevaron a la posta, donde perdió el conocimiento. Al despertar sentía mucho dolor en la barriga, pero igual la sacaron y la dejaron en la puerta. Días después volvió y le dijeron que tenía una infección pero que tenía que pagar para que la curen, porque los que la operaron ya se habían ido.

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