Una sociedad a espaldas de la maternidad y la crianza

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    Una sociedad a espaldas de la maternidad y la crianza
    Día de la madre: Una sociedad a espaldas de la maternidad y la crianza

    Por Diana Bueno

    "Le voy a decir a mi hija todo lo que me estás diciendo", le advierte mi mamá a mi papá mientras discuten. Soy quien la defiende, asegura, especialmente cuando ya no tiene fuerzas para responder a insensateces. Ella siempre dice que le hubiera gustado ser tan "respondona" como yo - o "rebelde" como prefiere llamarme mi padre cuando le hago frente a sus actitudes machistas-, estar más informada antes de normalizar la violencia que desde muy joven vivió y, además, cumplir todos sus sueños, esos que ahora me pide que persiga. Sí, sus sueños, porque, aunque ella prefiera hablar poco del tema y afirme que ya no importa, debo de reconocer que, desde que supo de mi llegada a los 22 años de edad, la casa se convirtió en su único lugar de desenvolvimiento durante casi dos décadas. "Es parte de ser mujer y tener una familia", me dijo alguna vez.

    Hoy, como es de costumbre, Perú celebra el Día de la Madre, una fecha en que el feminismo no solo recuerda que la maternidad no es destino y que, por ello, esta deberá ser deseada, elegida e informada, sino que además cuestiona el sistema patriarcal y capitalista que la sigue oprimiendo. Por lo general, muchos en este día no hacen otra cosa que enaltecer el sacrificio, la abnegación, la agotadora jornada del trabajo doméstico y de cuidado que no es pagado ni reconocido como tal, así como el cumplimiento estricto de vivir al servicio de la familia como si no tuviese una vida propia más allá de la crianza. Ejemplo claro de esto es que, según la Encuesta Nacional sobre Relaciones Sociales (ENARES) 2019 del INEI, el 52,7 % de los peruanos considera que una mujer debe cumplir el rol de ser madre y esposa antes de realizar sus sueños o proyectos personales. Porque claro, eso es lo que finalmente hace una "buena madre", ¿verdad?

    Lamentablemente, cuando una mujer va en contra de estos mandatos nos señalan de locas, descuidadas, malas madres. Así fue como tildaron hace más de un año a la mamá de la pequeña Camilita, la menor de 4 años que fue violada y asesinada por un adolescente. Bertha, de 22 años, había dejado esa noche a sus dos hijas de 4 y 2 años bajo el cuidado de su prima de 9 y se fue a una yunza a bailar. Tras el feminicidio de la niña, la mujer fue blanco de ataques en redes sociales y en TV, donde la culpaban y repudiaban por no haber ejercido correctamente su rol de mamá al no cuidar las 24 horas del día a sus hijas. No le perdonaban que fuese una progenitora no abnegada, que quería divertirse y pasarla bien, afirmó en ese entonces la socióloga Norma Fuller.

    En las últimas décadas, quienes deciden maternar no solo se encuentran condenadas a ser tachadas de “malas madres” si no dedican el tiempo suficiente a los pequeños, sino también de “fracasadas” si interrumpen sus estudios o no logran sobrellevar paralelamente su profesión, la crianza y las tareas domésticas. En la actualidad, si eres mamá, sobrevivir al mercado laboral no es fácil. ¿Cuántas han tenido que renunciar a su vida personal y familiar por su carrera o a la inversa?

    Sin embargo, que quede claro, la maternidad no tiene la culpa. Bien lo dice la periodista Esther Vivas, autora del libro 'Mamá desobediente', en el que sostiene que el problema es el "sistema socioeconómico que le da la espalda a la crianza y al cuidado, que niega que (las madres) somos seres interdependientes". En ese sentido, indica que estigmatizar a la maternidad y verla solo como un freno para el desarrollo profesional, incita a que se la menosprecie y se invalide su importancia social, política y económica.

    Necesitamos una sociedad que acoja la maternidad y los cuidados con plenitud, en el que el reparto de las labores domésticas y el cuidado de infantes, adultos mayores y personas con discapacidad sea de forma igualitaria entre hombres y mujeres, además que sea también el Estado y los servicios públicos los que revaloricen dichas tareas.

    Por lo pronto, mamá grita, cuestiona, chilla y ya no agacha la cabeza ante nadie como solía verlo hacer cuando era una niña. Ambas crecimos, resistimos y nos sostuvimos. Aquella mirada triste que recuerdo ver en sus ojos durante mi infancia y adolescencia ya no está más, ahora sonríe y me cuenta lo satisfecha que se siente al aprender más con los cursos que se ha venido matriculando. Tiempo después el feminismo llegó a mí y con ello mis ganas de romperlo todo si alguien se atrevía (y atreve) a atacarla. ¿Puedo ser yo también feminista, hija?, me preguntó hace unos meses. Sonreí y supe que estábamos en el camino correcto: por una maternidad con perspectiva feminista, emancipadora e igualitaria.

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