El nombre de Arie Even está asociado a una de las mayores tragedias que ha padecido la humanidad: el Holocausto.
Los nazis atraparon a su padre, por lo que debió ir de refugio en refugio con su madre y hermano; sobrevivió metiéndose a una y otra bodega subterránea; su abuelo murió por un disparo y su cuerpo fue arrojado al río Danubio; también Even sufrió ataques cardíacos, cirugías e incluso se vio afectado por el cólera en una visita a España.
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Fue un sobreviviente del terror nazi, pero no pudo escapar del implacable avance del coronavirus. El 20 de marzo, Arie Even, de 88 años, fue la primera víctima mortal del COVID-19 en Israel, tras ser infectado en un centro asistencial en Jerusalén.
Y el hombre admirable, que solía contar su historia de resistencia y valor, murió solo, pese a tener cuatro hijos, 18 nietos y un bisnieto en Israel.
Sus seres queridos, que lo admiraban no solo por ser un sobreviviente del Holocausto, sino por ser un hombre justo y culto, tuvieron que mantenerse alejados, solo le dieron el adiós por el teléfono.
Se mostró lúcido hasta el final de sus días, según contó el mayor de sus cuatro hijos, Yaacov (62), quien se refirió a su padre como un caballero, que había estudiado latín y que alguna vez había soñado con ser médico. Lo recuerdan también deambulando con un bastón. Y pidiéndoles que no le celebren su cumpleaños y que mejor pensaran en hacer algo más grande al llegar sus 90 años.
Al hombre le gustaba leer libros de la Segunda Guerra Mundial, oír música clásica, reunirse con sus compañeros jubilados y descansar en su habitación.
Su hija Ofra (50) cuenta que le enorgullecía la cocina húngara, y lo describe como un humanista modesto. Sus simpatías estaban con los más débiles.
Nació en una familia judía húngara acomodada de quien heredó un amor por el cine, los libros y la música clásica. Pero todo cambió cuando el nazismo se topó con sus vidas.
Su padre fue enviado al campo de concentración de Mauthausen en 1941. Y cuando Alemania ocupó Hungría en 1944, Even, junto con su madre y hermano se escondieron un año entre fardos de heno y bodegas bajo tierra. Sobrevivieron al Holocausto gracias a su abuelo, quien les halló refugio en una casa de suizos, en Budapest, antes de ser trasladados a otro refugio, gracias a la embajada sueca y al diplomático Raoul Wallenberg, el que salvó a decenas de miles de judíos antes de desaparecer misteriosamente.
A los 17 años, ya culminada la guerra que asoló a Europa, pudo viajar de Hungría a Israel, en 1949, donde se integró al ejército como técnico. Sus padres, que lograron sobrevivir a la guerra, huyeron de Hungría tras la invasión soviética en 1956 y se le unieron en Israel.
Su esposa, Yona, falleció en 2012. Era diplomática de carrera. Juntos fueron enviados muchas veces por el Ministerio de RREE de Israel a misiones diplomáticas en el extranjero como servidores públicos.
En sus viajes contaba sus experiencias de guerra. Le gustaba recordar el día en que Budapest fue liberada por las tropas rusas, quienes pasaban arrojando pedazos de pan desde sus camiones. “Desde entonces, simpatizo con los rusos”, comentó cierta vez, sonriente.
Su hijo menor fue uno de los pocos a los que le fue permitido asistir, a distancia. Las autoridades religiosas judías habían decidido enterrarlo con un traje de protección biológico.
“Era un hombre querido, vivió una vida plena, se dedicó a los suyos y mostró fortaleza hasta sus últimos momentos”, dijo su familia.
“Era un hombre fuerte y superó las dificultades del Holocausto”, agregó su hija Yael, con cierta frustración por la forma en que él y otros de una casa asistida fueron expuestos. “Es una pena que haya tenido que irse de esta manera”.
Con información de: La República.