Se sentó en un programa de TV a contar su verdad y días después desapareció sin dejar rastro. Lo que ocurrió luego estremeció a todo un país.
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El 7 de julio de 2012, Ruth Thalía Sayas, una joven de solo 19 años, se sentó en el sillón rojo de El valor de la verdad, un programa de televisión donde las confesiones se pagaban caro. No solo con dinero, sino en su caso con la vida. Aquel día, su rostro apareció por primera vez en pantalla, pero no sería la última vez que su nombre ocuparía los titulares.
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Reveló que trabajaba en un night club, que había recibido dinero por favores sexuales y que no amaba a su novio. Lo hizo frente a sus padres y al propio Bryan Romero Leiva, su pareja en ese momento. Las verdades que salieron al aire aunque incómodas eran suyas, y tuvo el valor de pronunciarlas. Nadie imaginó que esas palabras terminarían firmando su sentencia de muerte.
Lo que para muchos fue un escándalo televisivo, para Bryan Romero fue una humillación imperdonable. Durante el programa, él escuchó en silencio mientras Ruth confesaba que se avergonzaba de su familia y que estaba con él solo “hasta que aparezca alguien mejor”. Aunque no reaccionó frente a cámaras, por dentro algo oscuro empezaba a gestarse.
Unos meses más tarde, el 11 de septiembre, Bryan la citó en su casa bajo el pretexto de conversar. Ella aceptó, quizá sin saber que sería la última vez que vería a su familia. En ese encuentro, la drogó, abusó de ella y finalmente la asfixió. Después de matarla, ocultó el cuerpo y continuó con su rutina como si nada hubiera pasado.
Durante más de una semana, la familia de Ruth Thalía vivió una pesadilla. Su madre imploró respuestas en la casa de Bryan, quien negó saber dónde estaba. El 24 de septiembre, tras días de búsqueda incansable, el cuerpo de la joven fue hallado dentro de un hoyo en una vivienda de Jicamarca. Estaba enterrado con ayuda del tío del asesino, Redy Leiva, quien fue cómplice en este crimen atroz.
Bajo presión policial, Bryan confesó. Aseguró haberla matado con sus propias manos y, en su testimonio, dijo sentirse traicionado y expuesto públicamente. Redy también fue detenido. Ambos fueron condenados inicialmente a cadena perpetua por feminicidio y complicidad, respectivamente. Sin embargo, en 2021, la condena fue reducida a 33 y 30 años.
Esta decisión judicial desató la furia de la familia Sayas. “Nos mataron a nuestra hija y ahora se burlan de nosotros. ¿Dónde está la justicia?”, dijo el padre de Ruth entre lágrimas. Hasta hoy, los asesinos no han pagado la reparación civil impuesta por el Estado.
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El crimen de Ruth Thalía Sayas marcó un antes y un después. No solo por la brutalidad del feminicidio, sino por el contexto en el que ocurrió: una joven que se atrevió a contar su verdad en cadena nacional y fue asesinada por ello. Su historia sigue siendo usada como ejemplo de lo que ocurre cuando el machismo, la vergüenza social y la violencia se combinan.
Ella fue la primera participante del programa El valor de la verdad. Y también fue la primera en perder la vida por lo que confesó en ese sillón rojo.
Han pasado más de diez años desde su asesinato. La televisión siguió, el programa tuvo nuevas temporadas, y las redes sociales convirtieron su caso en bandera del feminismo digital. Pero los cambios estructurales siguen siendo lentos. El sistema judicial no protegió su memoria. La sentencia fue reducida. Y su familia, hasta hoy, sigue esperando justicia completa.
Su nombre figura hoy entre los cientos de mujeres que fueron víctimas de feminicidio en Perú. Su caso aún duele porque fue mediático, público y sobre todo evitable. Su historia es una advertencia viva sobre los peligros de hablar en un país que muchas veces castiga más a las mujeres por decir la verdad que a los hombres por matarlas.