#BuenasNoticias: Periodista vence al COVID-19 y se convierte en sinónimo de esperanza
Únete al canal de Whatsapp de WapaEntró con dificultad a la ducha a las tres de la madrugada para intentar bajar la fiebre. Al salir se le cayó la toalla y sentía que no tenía fuerzas para recogerla. No lo hizo. Desnudo se dejó caer de rodillas al pie de su cama en la clínica. Trataba de recolectar oxígeno con la boca abierta. Tenía náuseas, pero no podía vomitar. El dolor le partía la espalda y no podía gritar. Fue en ese preciso momento en que pensó que iba a morir.
Había pasado dos noches desde que le dijeron que el coronavirus había colonizado el 30 % de sus pulmones. Por ello, cada bocanada de oxígeno era una lucha. Jack Ramón Morales no podía hacer ningún esfuerzo. Vomitar no era una opción, porque sabía que se ahogaría luego de la arcada.
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Para cuando el reloj le gritó que ya eran las cuatro de la mañana, los enfermeros ya habían cambiado tres veces las sábanas porque estaban empapadas de su sudor. “La fiebre te deshidrata. El dolor de cabeza te masacra. Pero la falta de oxígeno, esa sensación de ahogo te desespera. Te hace pensar que la muerte está cerca”. Y lo único que Jack lamentaba, allí arrodillado, era que no había dejado sus cosas personales en orden.
El Día del Trabajo
El Primero de Mayo, cinco días antes de saber que era un paciente covid-19, había sido una fecha especial para la familia Ramón Taya. “Hicimos una parrilla, con unas bebidas, tuvimos largas conversaciones”, recordó. Nadie pensó que durante la noche Jack iba a presentar una fiebre que calentó a la mala su madrugada.
“Será una gripe”, dijeron. Pero dentro de cada uno de los integrantes de la familia había un susurro de peligro. “Tuve todos los cuidados que el Ministerio de Salud (Minsa) dispuso. Salía una vez a la semana a hacer las compras con mascarilla, guantes y lentes”, aseguró. Sin embargo, por ese susurro de peligro, Jack se aisló de su familia.
Fueron cinco días y cuatro noches en que la fiebre no se iba. La última noche, Jack Ramón, reportero gráfico con más de 33 años de experiencia, perdió el sentido del gusto y el olfato. Fue en ese momento en que todas las alarmas se encendieron.
Neumopatía por covid-19
El 6 de mayo, cuando Jack ya no estaba convencido de que padecía una simple gripe, fue a la clínica acompañado por su hijo Michael, reportero gráfico del diario La República. Luego del triaje respectivo pasó a consulta con la doctora Katty Chong, quien le dio dos órdenes: hacerse una prueba de hisopado y una tomografía pulmonar.
Luego de dos horas, la doctora Chong ya tenía en sus manos las conclusiones de los radiólogos: “Los hallazgos tomográficos son compatibles con neumopatía por covid-19 y comprometen un 30 % del volumen pulmonar”.
La noticia lo sacudió. Eran casi las 11 de la mañana. “Recordé que no me sentía tan mal. Pero cuando me dijo que el 30 % de mis pulmones estaban dañados, me preocupé”. A sus 53 años y con un claro sobrepeso, Jack sabía que integraba el temido grupo de riesgo.
Vio cómo le colocaban el brazalete que lo identificaba como un nuevo paciente covid-19 y decidió tomarle una foto. Fue en ese momento que se propuso graficar todo el proceso de su enfermedad.
“Nosotros como reporteros gráficos pensamos siempre en registrar. Es un instinto que se ha trabajado y pulido con los años, con tantas cosas que he visto en las coberturas, así que decidí registrar con fotos mi enfermedad”, afirmó.
Como reportero gráfico, Ramón ha cubierto los eventos más importantes de las últimas tres décadas: inundaciones, el terrorismo, terremotos, el incendio de Mesa Redonda, conflictos sociales y un largo etcétera. Siempre ha pensado que hasta en la desgracia hay una oportunidad para mostrar al mundo una fotografía.
“A lo largo de mi carrera he visto de todo, incluso he visto renacer a personas a las que se les daba por muertas”.
El amor de un hijo
Jack y Michael son reporteros gráficos. Comparten la misma sangre y la misma pasión. La fortaleza que Michael mostró frente a su familia la heredó de su padre. A sus 31 años aún recuerda cuando era niño y miraba a Jack como a un superhéroe.
“Él me educó. Corregía mis errores. Siempre ha sido una persona correcta, exigente, desde las tareas del colegio, las obligaciones de la universidad y hasta en mi trabajo”, contó.
Y ha sido un testigo privilegiado del esfuerzo de Jack por sacar adelante a su familia. “Le tengo respeto por todo lo que hace. Él ha venido de una familia que no tenía mucho y solo construyó la suya”.
Por ello, luego de esa primera noche, Michael juntó las imágenes del Corazón de Jesús y de San Judas Tadeo con una estampita del Señor de los Milagros. Sacó de sus recuerdos una foto antigua en la que se ve a Jack al lado de unos soldados en la Bahía de Salinas, en la provincia limeña de Huaura, a finales de la década de 1990, e improvisó un pequeño altar.
“Me uní más a Dios. Todos los días rezaba a las 8:30 de la mañana frente a ese altar”. Llegó el segundo día y las noticias no podían ser peores: la doctora Chong le advirtió que ningún tratamiento que se le pueda brindar a Jack garantizaba su mejoría y que en cualquier momento podía empeorar.
A diferencia de otras enfermedades, en esta la familia no puede visitar al paciente; por ese motivo, el celular se convirtió en el mejor aliado, en el único instrumento para saber cómo iba todo.
Una foto vale más que mil palabras
Al despertar de esa segunda noche Jack pensó que era un milagro que siguiera con vida. Sin embargo, no tenía fuerzas para hablar, su respiración seguía siendo dificultosa y el dolor lo mantenía paralizado.
El celular sonaba y no contestaba. Llegaban los mensajes y no los leía. “¿Cómo podía responder si con las justas abría mis ojos?”, evocó. Al otro lado del teléfono, sus amigos y familiares estaban preocupados, incluido Michael, quien seguía golpeado por los pronósticos inciertos de la doctora Chong.
Y de pronto, quizá para no preocupar más a la familia —a su hijo, en especial—, Jack levantó el celular y se tomó un selfi. Envió el autorretrato a su hijo y este, al ver la imagen de su padre, lejos de sentirse mejor, se puso peor.
Esa comunicación no verbal fue suficiente para que Michael entendiera lo mal que estaba su padre. Ese diálogo unidireccional entre dos fotógrafos, sin ninguna letra que ensuciara la información, fue suficiente.
“Al ver sus ojeras, su boca reseca por la deshidratación, su cabello mojado por el sudor y esos tubos de oxígeno que salían de su nariz pensé, por primera vez, que mi padre moriría”.
El adiós de Azucena Romaní
De los 33 años que Jack es fotoperiodista, 21 de ellos los ha dedicado a Editora Perú y su talento ha graficado el Diario Oficial El Peruano y la Agencia Peruana de Noticias Andina.
“Durante ese tiempo he conocido muchos colegas con quienes hasta hoy comparto una buena amistad. Cada cosa que le sucede a uno afecta naturalmente al otro”. Y si ese problema es el mismo —mencionó—, el golpe se hace más profundo.
Cuando se enteró, en plena convalecencia, de que la periodista Azucena Romaní, compañera de trabajo de tantos años en Editora Perú, había fallecido por la misma enfermedad que él padecía, su fortaleza fue duramente golpeada.
“Me llegó la información que ella había padecido los mismos síntomas que yo tenía. Ella había soportado el mismo dolor. Y no sabía si yo terminaría igual”, confesó.
Mientras tanto, a unos metros de él, sobre todo en las madrugadas, escuchaba a diario los gritos y llantos de personas que se enteraban del fallecimiento de algún familiar. Jack sabía que el coronavirus tenía de la mano a la muerte y ambas rondaban su habitación.
Un virus inteligente
El nombre oficial del virus es SARS-CoV-2, el cual produce el covid-19 (enfermedad del coronavirus 2019). No es tan mortal como otras enfermedades como la viruela, que mató cientos de millones en el siglo XX, o el virus del Ébola, que era tan mortífera que los enfermos no vivían lo suficiente para contagiar.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los pacientes de ébola no pueden contagiar hasta presentar síntomas y cuando lo hacen, se les aísla y allí termina la historia. En cambio, el SARS-CoV-2 puede transmitirse, incluso, cuando el paciente es asintomático.
Para que una enfermedad sea catalogada pandemia se requiere de un equilibrio perfecto entre su nivel de mortalidad y su nivel de contagio. Por eso es que este coronavirus 2019 es tan peligroso: no mata a todos los enfermos y se contagia rápidamente.
Y más aún. Este virus es tan inteligente, que sus síntomas más duros aparecen en la noche, como le sucedió a Jack, destruyendo no solo el cuerpo del paciente, sino también su moral. Al no dejarte dormir te debilitará mentalmente, lo que en muchos casos llevará al paciente a la depresión, a rendirse, a que deje de luchar y, por ello, a abrirle la puerta a la muerte, como diciéndole: “Pase usted, está en su casa”.
La historia de nuestro protagonista, por fortuna, tuvo un final diferente. Pero ¿cómo logró ganarle a la enfermedad pese a que era un paciente con sobrepeso y de 53 años? Si el SARS-CoV-2 había monopolizado el 30 % de sus pulmones, ¿cómo hizo para recuperarlos?
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Paul y el paciente de la habitación 636
A estas preguntas sobre su increíble recuperación, Jack contesta: “Tuve ángeles: familiares, amigos y amigas, que me daban todo el aliento posible; sentía sus vibras positivas y eso me hacía luchar [con más ganas]”, contó Jack. Pero entre todas esas estrellas hubo una especial: un enfermero.
El único hombre en el cuerpo de enfermeras que visitaba la habitación 636 donde Jack convalecía le dio un consejo que cambió su perspectiva negativa. Lo aconsejó que luchara.
“Me comentó que vio recuperarse —en diferentes hospitales— a muchos enfermos que estaban en peores condiciones. Me dijo que tenga fe, que piense en positivo… y eso hice”.
Tal como esa segunda noche Jack se sintió mal por tres noches consecutivas, pero su postura era otra. Su determinación era otra. Esta vez iba a pelear con todas las fuerzas. “Por ellos, por mi familia y mis amigos, me dije: Voy a luchar. Voy a tratar de mejorar. Recé todos los días y me encomendé a Dios para que ilumine las manos de los médicos y las enfermeras”.
Llegó el día cinco. Llegó el día seis. Al despertar el día siete se pudo levantar de su cama, se asomó por la ventana y vio tres gallinazos frente a su cuarto. “No soy supersticioso, pero me dio risa y les tomé una foto”, narró. Ese día se fue la fiebre.
Y cuando llegó el día nueve, de los cuatro litros de oxígeno que necesitaba para vivir, le bajaron la ración a solo dos. En el día 10 se la bajaron a uno. Y el día 11 su mejoría era tanta, que lo retiraron.
Cuando llegó el día 12 le anunciaron que su día de alta estaba cerca. Esa misma tarde volvió a ver al enfermero, que se había ido de apoyo a otro hospital por una semana.
Este profesional de la salud, uno de los miles de héroes que está en la primera línea de batalla, vio la mejoría de Jack y se alegró: “A usted lo veía mal y ahora lo veo bien; hay otro enfermo en la habitación de al lado que lo veía bien y ahora lo veo mal. A partir de ahora me preocuparé por él”, le aseguró ese ángel disfrazado de personal de sanidad, al que Jack conoció como Paul.
De vuelta al barrio
El día 14 le dieron de alta. Su casa estaba llena de globos para la bienvenida. Jack no sabe si tendrá secuelas. Tampoco le interesa. Se siente bien, como un veterano de guerra que estuvo prisionero por 14 días en medio de torturas. Se sabe un sobreviviente porque tenía todas las cartas en contra. Vio de cerca a la muerte y le dijo: “Todavía no, mi familia me espera”.
“Ahora me cuido más y estoy tratando de dejar todas mis cosas personales en orden, ya que nunca se sabe, nadie tiene una fecha exacta de caducidad”, comentó Jack.
Michael, más tranquilo pero precavido con el futuro, le pidió a su madre que piense que esto le puede pasar a cualquiera. “Le dije que si me enfermo, que lo mejor es mantener la tranquilidad”.
Antes de terminar la entrevista, Jack aseguró que si tuviera la oportunidad de estar frente a alguien que recién se entera de que es paciente covid-19, le diría que tenga fe.
“Todo enfermo entra con temor, con el miedo de morir. El enfermo de covid-19 se siente desprotegido. Sabe que estará aislado, que la familia no lo podrá ver. Entonces, le diría que tenga mucha fe en sí mismo. Que sepa que está en las manos de Dios”.
Esas manos benditas que lo trajeron de vuelta a su hogar que estallaba de alegría y agradecimiento…
Y así es como su familia lo recibió. Y así es como su otra familia, a la que pertenecemos todos en la Agencia de Noticias Andina y el Diario Oficial El Peruano, le damos la bienvenida, porque él representa la resistencia de miles de peruanos y peruanas que a diario vencen a este mortal virus. ¡Bienvenido, Jack, esta es tu casa!
Andina