El jueves 27 de enero se estrena en salas de cine disponibles la nueva película del realizador mexicano Guillermo del Toro: EL CALLEJÓN DE LAS ALMAS PERDIDAS. La historia gira en torno a un hombre carismático pero desafortunado llamado Stanton Carlisle (Bradley Cooper), quien se adentra en el mundo de las ferias ambulantes de los años cuarenta, donde se gana el cariño de una pareja integrada por una vidente llamada Zeena (Toni Collette) y un ex mentalista llamado Pete (David Strathairn).
Junto a ellos, y el apoyo de la incondicional Molly (Rooney Mara), adquiere una serie de habilidades con las que rápidamente alcanza gran éxito engañando a la élite adinerada de la sociedad neoyorquina del momento, para luego intentar estafar a un peligroso magnate (Richard Jenkins) con la ayuda de una misteriosa psiquiatra (Cate Blanchett).
Gran parte de la nueva película de del Toro transcurre en el mundo de las ferias ambulantes de mediados del siglo XX, un escenario fascinante e intrigante que despertó gran interés en el director y fue llevado a la pantalla por un talentoso equipo. Así se construyó este universo para EL CALLEJÓN DE LAS ALMAS PERDIDAS.
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Si bien EL CALLEJÓN DE LAS ALMAS PERDIDAS luce diferente a las películas anteriores de del Toro, el cineasta convocó una vez más a sus colaboradores visuales de larga data para dar vida a su visión. Así, unió fuerzas con el director de fotografía Dan Laustsen, la diseñadora de producción Tamara Deverell y el diseñador de vestuario Luis Sequeira, entre otros, para llevar la magia de las ferias ambulantes a la pantalla.
Desde un primer momento, la estrategia de diseño fue construir una feria desde cero en una locación con mucho espacio para que los actores pudieran desplazarse y explorar. Del Toro comprendió que un estudio jamás podría evocar la atmósfera que él quería, esa belleza inquietante que contrarresta la oscuridad moral de Stanton.
La locación elegida fue un predio vacío en las afueras de Toronto, Canadá, donde el equipo montó una feria construida al detalle como las que existían en los años treinta y cuarenta. El set incluyó una auténtica rueda de la fortuna, un carrusel, una casa de la risa con la temática del cielo y el infierno, así como un animado despliegue de escenarios para los distintos números y carpas con anuncios de las principales atracciones de la feria.
Para dar forma a los espacios, el equipo dedicó numerosas jornadas a la investigación y el diseño de los distintos aspectos de la feria. Deverell rastreó colecciones de recuerdos de ferias y unió fuerzas con Armbruster Manufacturing, el fabricante de tiendas circenses más antiguo de los Estados Unidos.
A su vez, le dio una impronta propia a través de detalles singulares en distintos rincones. El recinto de adivinación de Zeena y el escenario eléctrico de Molly, por ejemplo, fueron inspirados en atracciones de la vida real, pero también incorporan detalles sutiles de los personajes basados en sus pasados y personalidades. En total, el equipo creó cuatro versiones diferentes de la feria, además de una adicional más oscura y sucia para la escena final de la película.
Desde el punto de vista estético, fueron varias las fuentes de inspiración que nutrieron la mirada de del Toro y el equipo de producción.
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Por un lado, el director quiso que el equipo se enfocara en el trabajo de tres famosos pintores realistas estadounidenses -la iluminación definida y la fuerte soledad de Edward Hopper, los duros retratos de Andrew Wyeth, los dramáticos callejones urbanos de George Bellows-, así como en los interiores despojados y sombríos del pintor danés Vilhelm Hammershøi. A su vez, se usó como referencia la película El cartero llama dos veces, favorita de del Toro.