Era un abuelo mexicano de 76 años. Llegó a Cusco a conocer las maravillas que hay en suelo inca, pero en algún momento de su travesía fue infectado con el coronavirus.
El viernes pasado estaba con su pareja listo para subir un bus hacia Arequipa y de allí partir en un vuelo humanitario a Lima y, luego, a México. Antes de abordar el bus pasó por el control médico y registró varias características para COVID-19.
El anciano y su esposa fueron impedidos de viajar. Los aislaron en su hotel y les tomaron muestras. Él dio positivo para el virus, su esposa no está contaminada.
Cuatro días y unas horas después, el turista murió en el hospital Contingencia. El virus lo derrotó porque también tenía problemas cardíacos, hipertensión y diabetes. Terreno fértil para el coronavirus. La noche del lunes presentó problemas respiratorios. Fue evacuado de su hotel al nosocomio. Le colocaron respirador artificial, pero murió a las ocho de la mañana del martes.
Su cuerpo fue protegido herméticamente. Luego llevado a un crematorio. Sus cenizas serán entregadas a su esposa para que decida dónde dejarlo, pero no podrá sacarlo del Cusco.
TAMBIÉN LEE: Ministro de Salud ante coronavirus: “Tarde o temprano, todos vamos a terminar infectados”
“Estas cenizas, de acuerdo al protocolo, no pueden salir de la ciudad del Cusco. La mujer no podrá llevarse a su esposo”, explica el médico Pablo Grajeda, con rostro compungido.
Ella volverá a su país desconsolada y sola. Él falleció lejos de su tierra, sin compañía, y no tendrá un lugar donde recibir flores ni visitas. La muerte más triste. (Con información de La República / José Víctor Salcedo)