Por Giancarlo Cornejo
Sociólogo y Ph.D. en Retórica por la Universidad de California, Berkeley
Recuerdo que en el 2011 las activistas LGBTIQ organizaron la performance “Besos contra la homofobia” que consistía en invitar a personas de cualquier género y orientación sexual a darse muestras de afecto, como besos y abrazos, en el Pasaje Santa Rosa, muy cerca de la Catedral de Lima. El saldo fue que varias personas homosexuales fueron agredidas verbal y físicamente por la policía. Lamentablemente, eso era previsible porque las personas LGBTI vivimos en una situación de permanente amenaza.
Lo sorprendente fue que una alta funcionaria del entonces gobierno aprista declarara públicamente que la intervención LGBTIQ era un tipo de “agresión pasiva”. Es decir, que paradójicamente consideró como víctimas de agresión a los “fieles católicos” que iban a la Iglesia, pero no a las personas que fueron golpeadas. Y no solo eso: al entender nuestros besos como un tipo de agresión, estaba justificando que haya una respuesta violenta. A simple vista parecía una declaración intrascendente, pero reflejaba una gran injusticia naturalizada.
Y es que para muchos ver a una pareja de travestis, mujeres u hombres besándose despierta preguntas sobre sí mismos que son incómodas y genera cuestionamientos que pueden desmoronar las bases sobre las que han construido su mundo. Un beso, pues, puede enrostrar que las categorías binarias con las que se suele entender el mundo (masculino y femenino, heterosexualidad y homosexualidad, etc.) son bastante precarias y pueden transformarse. La realidad social evidencia que son muchísimas personas las que transitan entre estos polos en una infinitud de matices y, que además, seguirán cambiando.
De esta manera, un beso público es también un acto valiente y arriesgado que desafía la sistemática violencia homofóba en un país como el Perú en el que el Estado mantiene a la comunidad LGBTIQ en verdadera indefensión. Y es a la vez también una pequeña contribución a hacer un mundo mejor: nos abre la puerta a imaginar nuevas formas de afecto, deseo y amor, haciendo el mundo más habitable para las personas homosexuales, bisexuales y trans, y también para los heterosexuales. A veces se olvida que las comunidades LGBTIQ le han dado un don al mundo: le han mostrado que la creatividad, la imaginación y el desafío son centrales en la construcción de un proyecto de vida, creando posibilidades antes inimaginables y ahora cada vez más posibles. Los conservadores harían bien en tomar nota y aprender.
La creatividad no debería ser sancionada, sino incentivada. Pensemos en este insulto homofóbico: ¡mariposa! Y ahora visualicemos las alas bellas de esas mariposas que se elevan en el aire. No cortemos alas, atestigüemos lo bello que es el volar.