Wapa, madurar no tiene absolutamente nada que ver con la edad, sino más bien con las circunstancias que nos ha tocado vivir y la forma en cómo decidimos enfrentarlas, en cómo aplicamos esas lecciones.
En la siguiente carta que nos brinda la escritora Karla Galleta, podrás saber un poco más de lo que es madurar. ¡Atenta!
Cuando era pequeña, pensaba que madurar tenía que ver con la edad, es decir, que a medida que el tiempo avanzara, la madurez llegaría automáticamente. Hoy que he llegado al menos a la mitad de mi vida, puedo ver que esa teoría no es muy aplicable, ni para mí, ni para la mayoría de las personas.
Indudablemente, unos maduramos o nos desarrollamos emocionalmente más rápido que otros, incluso, podemos madurar en ciertos aspectos de nuestra personalidad, pero en otras no. Por mi parte, hay situaciones o circunstancias en las que sigo siendo bastante infantil, pero me gusta, porque sé que dentro de mí vive todavía una niña interior a la que le gusta reírse y disfrutar de las cosas más sencillas de la vida al máximo, que todavía se sorprende haciendo locuras y se pregunta “¿Yo hice eso?. Pero sobre todo, me gusta que esté allí porque me recuerda la forma en que solía enfrentarme a las caídas cuando era pequeña, que aunque me hiciera daño y me doliera, lloraba un poco y volvía a levantarme de nuevo, y volvía a intentarlo sin lamentarme ni tener miedo de volver a caer.
Aún así, muchas personas conocidas cuando me ven, me dicen que cómo he cambiado, pero de eso se trata la vida, ¿qué no? De abrir los ojos, de aprender, de evolucionar y tratar de no volver a cometer los mismos errores… de madurar. La esencia de las personas siempre es la misma, lo que cambia son las emociones, la forma de ver la vida, las circunstancias, y la manera en cómo reaccionamos ante ellas. O quizás a lo que se refieren, es a que ya no soy como ellas, que ya no tengo los mismos intereses, que lo que antes solía ser un sí, hoy es un no, o simplemente, ya no estoy tan disponible cuando me necesitan, simplemente, porque ya no encajo en sus esquemas. Por eso, cuando me dicen que cómo he cambiado, sólo les contestó: ¡No, yo no cambié, sólo maduré!
Y menos mal, porque ahora me he vuelto más selectiva, he aprendido a darme cuenta del tipo de personas que quiero a mi alrededor. Es verdad, tengo menos amigos, de hecho, me sobran dedos de una mano al contarlos, pero los que tengo, son los que para mí tienen un valor inestimable, porque me conocen a la perfección, saben que muy fácil no soy, y a pesar de eso, continúan a mi lado. De igual manera en el amor, ya no permito a nadie que quiera establecer límites en mi vida, que no me acepte tal como soy, que dude de mí o de mi confianza. Porque madurar también hacer uso del derecho que tenemos de elegir y a veces lo olvidamos, por lo tanto, estoy para escoger con quién compartir mi mundo y cómo paso mi tiempo.
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Me he vuelto un poco menos impulsiva y un poco más reflexiva y tolerante en cuanto a las opiniones de los demás, eso sí, las críticas y su intención las puedo detectar inmediatamente, y si son para mejorar, se los agradezco, pero si son para molestarme la vida, las ignoro inteligentemente con una sonrisa. La técnica del ojo por ojo, para mí, ya no funciona, es sólo una pérdida de tiempo y desgaste emocional. La vida es muy corta para desperdiciarla en chismes o dramas innecesarios.