La pandemia por el COVID-19 dejó sin empleo a muchas personas en todo el mundo. Y entre los oficios que han sido más afectados se encuentran las peluqueras y dueñas de centros de estética.
Conoce la historia de cuatro mujeres latinas que trabajan en el rubro de la belleza en Estados Unidos y que han debido sobreponerse a esta crisis por el nuevo coronavirus.
Provista de mascarillas, guantes, desinfectante y un termómetro digital, Marbella Santibáñez Saucedo, de 36 años y natural del estado mexicano de Guerrero, abrió oficialmente las puertas de su salón de belleza en el noreste de Houston (Texas) después de varias semanas a la espera debido a la crisis generada por el coronavirus.
Esta vez, a comparación del día que le exigieron cerrar a mediados de marzo, deberá seguir un estricto protocolo de higiene que incluye limitar la capacidad de clientes al 25 % del total, atender solo al que haya solicitado el servicio con cita y seguir los parámetros establecidos en relación con la distancia social.
Para Santibáñez, la medida representa un salvavidas ya que se encontraba al borde del colapso financiero.
“Tuve que alquilar una habitación en mi casa para poder sustentar mis gastos y estirar el dinero lo que más que se puede”, relata esta madre soltera de dos adolescentes.
Desde hace dos meses no ha pagado la mensualidad de la renta del salón y debido a su estatus migratorio (se encuentra en espera de una visa destinada a víctimas de violencia doméstica), le han denegado los préstamos de alivio financiero para pequeñas empresas.
Por eso, Santibáñez decidió trabajar desde principios de semana, desacatando la prohibición establecida como lo hizo Shelley Luther, en Dallas, condenada a una semana de prisión por negarse a cerrar su negocio. “Me dije a mí misma, ‘¿Que la multa va a llegar?’ pues si llega, la pagamos, pero no llegó ni va a llegar. Vamos a salir a adelante”, comentó.
Y no es la única. Jennifer Molina, de Barranquilla (Colombia), es dueña de un salón de belleza al oeste de Houston, en una de las zonas con mayor número de contagios por COVID-19. Lo inauguró el 22 de febrero pero tres semanas más tarde, debió cerrarlo.
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Parte de la cuarentena la pasó en casa, cuidando de sus hijos y de su madre, al tiempo que buscaba cómo solicitar préstamos para no dejar caer el fruto del esfuerzo de toda su vida. Y aunque no usó el local para efectuar servicios porque quería evitar multas, sí realizó algunos cortes y peinados a domicilio.
Molina, de 35 años, acepta que a pesar de haber desobedecido las prohibiciones para efectuar trabajos de cosmetología, el riesgo valió la pena más allá de la necesidad económica.
“Es como sentirse viva, pero también el cliente, cuyo estado de animo en muchos casos se decae por la situación actual o porque siente que necesita verse mejor físicamente”, apuntó Molina, que abrió este viernes con dos de sus asistentes, y a no a las siete con las que contaba antes de la pandemia.
María Ochoa, estilista certificada y también de Guerrero (México), se encarga de escribir en un cuadernillo los nombres de los clientes y de colocar la hora de la cita realizada de forma previa.
Cuando los clientes aparecen en la puerta del local, ella les advierte de las nuevas normas y les pide que esperen en sus carros hasta ser llamados. Les sugiere que lean un aviso pegado en la parte posterior del local donde se les recomienda llamar y hacer cita.
Dentro del salón donde trabaja Ochoa, ya no hay revistas para leer mientras los clientes esperan su turno. En su lugar, hay desinfectantes, gel antibacterial y pañuelos de papel, así recipientes donde limpian las tijeras y las guardas antes y después de cada corte.
Ella insiste en que su trabajo es esencial, y aclara que no por cuestiones de vanidad, sino porque lo que ella realiza tiene que ver con el cuidado de la persona, con la higiene personal.
Por eso cuando decidieron cerrar los salones de belleza en todo el país, ella sintió que se había cometido un despropósito con ese rubro y que en su lugar pudieron implementarse las guías que ahora están siguiendo.
Sobre lo que le depara el futuro, Ochoa lo define como una nueva etapa en la vida de todos.
“Es que ya no hay un antes. A partir de ahora en adelante nos vamos a tener que educar, tanto los clientes como nosotros, desde la higiene hasta la distancia con la que interactuemos”, culminó Ochoa.
Con información de EFE