Jaime Bayly reflexiona sobre su rol como padre tras la boda de su hija y revela confesiones íntimas cargadas de ironía y emoción.
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Jaime Bayly volvió a desnudarse emocionalmente frente a sus lectores, esta vez a partir de un episodio profundamente personal: el matrimonio de su hija Paola Bayly. En su texto titulado “La fiesta inolvidable”, el escritor peruano no se limitó a narrar una boda, sino que convirtió ese acontecimiento en un ejercicio de introspección sobre la paternidad, la culpa y los vínculos que se tensan con el paso del tiempo.
Lo que parecía una crónica social terminó transformándose en una confesión cruda, atravesada por ironía y una honestidad que incomoda. El detonante fue un correo que recibió días antes de la ceremonia y que, según confiesa, lo dejó emocionalmente descolocado.
Bayly relató que su hija le escribió un mensaje que lo obligó a mirarse sin filtros. En ese correo, Paola le confesó que estaba “cansada de ser su hija”, una frase que el escritor describe como un golpe directo, inesperado y doloroso.
“Pensé que no me invitaría”, escribió, reconociendo el miedo que sintió ante la posibilidad de quedar fuera de uno de los momentos más importantes en la vida de su hija. Esa incertidumbre lo llevó a repasar, con dureza, su propio historial como padre.
Lejos de justificarse, Bayly asumió su responsabilidad con una franqueza poco habitual. “¿Por qué se había cansado de ser mi hija? Porque soy un padre desastroso, un padre ausente”, admitió sin rodeos.
En su reflexión, enumeró ausencias que pesan: no estuvo en graduaciones escolares ni universitarias, tampoco en cumpleaños, viajes familiares o celebraciones como Navidad o Acción de Gracias durante las últimas dos décadas. Aunque reconoce haber cumplido en lo económico, admite que eso no compensó la distancia emocional.
Pese a todo, la invitación llegó. No solo para él, sino también para su esposa, Silvia Núñez del Arco, y para su hija menor, Zoe. Ese gesto, según cuenta, lo interpretó como una reconciliación silenciosa, sin discursos ni reproches explícitos.
La ceremonia se realizó en Nueva York, lejos de los rituales tradicionales. Ese detalle tranquilizó al autor, quien confesó sentirse incómodo con la idea de una boda religiosa. “Para mí fue un alivio saber que no entraría en un templo católico llevando del brazo a mi hija. Temía que las almas pías allí presentes me abuchearan”, escribió con su habitual sarcasmo.
El matrimonio civil fue oficiado por los propios hermanos de los novios, reforzando el carácter íntimo y familiar del evento. Tras la ceremonia, la celebración continuó en el club nocturno de un hotel, sin solemnidades excesivas ni protocolos rígidos.
“Yo estaba contento porque veía felices a mis tres hijas”, relató Bayly, antes de rematar con una frase que sintetiza su tono narrativo: “Sobre todo, me encontraba rebosante de felicidad porque no había pagado nada de nada”.
Días después, el escritor volvió a encontrarse con los recién casados en el restaurante del hotel. Fue entonces cuando surgió un nuevo capítulo, tan honesto como cómico. Bayly preguntó cuánto costaría la fiesta que planeaban realizar en Lima para celebrar con familiares y amigos.
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La respuesta lo dejó paralizado. “Mencionó el monto. Casi me desmayo”, escribió. Con humor, confesó que no sabe cómo afrontará ese gasto y que probablemente tendrá que pedir ayuda.
“Me temo que tendré que pedirle un auxilio financiero a mi madre. Más vale que esta vez sí la inviten a la fiesta”, concluyó, cerrando su relato con una mezcla de ironía, ternura y aceptación, fiel a su estilo.