India ya perdió la batalla contra el coronavirus, pero parece que la crisis es de nunca acabar. Día a día, la nación asiática registra récords en las cifras de fallecidos.
En cuestión de semanas, la segunda ola de COVID-19 en la India se ha agravado en demasía. Ahora existe una severa crisis de suministros en el país, que, a principios del mes de febrero, cuando notificaba menos de 10.000 casos diarios, sentía que lo peor de la pandemia ya había pasado.
Este apocalíptico panorama lo viven 270 ciudadanos peruanos que viven en la India. Aunque hasta el momento no se registraron decesos de connacionales, según confirmó el embajador Carlos Polo Castañeda a Canal N, el miedo está latente.
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Lourdes Campos vive en Nueva Delhi, la capital. Allí los hospitales de la ciudad están saturados, faltan camas, oxígeno y hay gente que muere esperando a las puertas de los centros médicos sin recibir ningún tratamiento.
Las funerarias también están llenas y se han improvisado crematorios en parkings y terrenos baldíos. “No tengo palabras para describir cómo este virus arrasa con las familias. India se confío bastante por estar vacunados”, cuenta a La República.
“Personas en cuarentena contrajeron el virus. Los mismos familiares creman a los suyos en la puerta de su casa. Los medicamentos están agotados”.
Nueva Delhi ya extendió el confinamiento durante una semana más debido a la multiplicación vertiginosa de casos. “Como los hospitales están colapsados, la gente está acudiendo a los templos a recibir ayuda. Y mueren allí, sientiéndose a salvo en el templo. India es un país con varios dioses y religiones. (…) Ya no se puede pelear con el virus, es como el apocalipsis”, zanja Campos.
En Banga, una ciudad del Estado de Panyab, vive otra peruana: Margaux Cépeda. “Nos mantenemos comunicados por medio de la embajada. Nuestro cónsul tiene un chat mediante el cual reportamos cómo estamos. Es terrible”, apunta.
Desde su perspectiva, India ha llegado a esta crisis por descuido. “Cuando la segunda ola azotaba a Europa y Sudamérica, aquí bajaron la guardia. Pensaron que ya se habían vuelto inmunes”, dice a este medio.
“Acá la gente sale sin mascarilla, las reuniones y matrimonios se siguen dando, los comercios y las iglesias operan con normalidad. (…) No existe el distanciamiento social ni el protocolo de bioseguridad. En las calles los niños andan sin barbijo. En una moto lineal viajan hasta cuatro personas sin casco ni mascarilla, y eso acá es normal”.
*Con información de La República.