En el 2016 tuve, por primera vez, una fuerte depresión que duró aproximadamente dos meses y que me quitó los quince kilos que traía de más. No le sentía sabor a a comida, ni a la vida y solo el trabajo me hacía sentir bien.
Estuve en terapia psicológica, bioenergética y además, tenía una coaching ontológica. Todo esto me ayudó a reconstruirme poco a poco.
Traigo este pasaje de mi vida a este diario porque hubo una enseñanza que mi coach ontológica, Cecilia Ericson, me regaló: hacer de lo ordinario, algo extraordinario.
Lo leímos juntas de un libro de Osho y yo no lo entendí. Ella me explicó que en las actividades de mi vida cotidiana podía encontrar felicidad. ¿Cómo hacer para que ordenar mi casa, limpiarla, regar mis plantas o lavar platos dejen de ser algo simple que hay que hacer y pasen a ser el momento del día en que me hago extraordinariamente feliz?
He llegado a Cuba hace ya una semana. La escuela donde estudio se ve como un internado construido hace más de 30 años.
En un edificio están las aulas donde estudiamos y, cruzando un puente, se encuentra el edificio de cuatro pisos con 30 habitaciones cada uno. Yo vivo en el cuarto piso, en la habitación 424 que ha permanecido cerrada durante dos meses.
Pude simplemente limpiarla, pero la sensación de estar encerrada en un mismo lugar estos dos años me hizo necesitar cambiar de aires.
“Encerrada” es una palabra con trampa. Aquí se estudia durante el día y por las noches o fines de semana puedes salir cuando quieras, pero estando tan alejada de la ciudad, el transporte y la organización se complican.
El punto es que decidí pintar mi habitación de 3x7 metros. Empecé el primer día de clases. Compré la pintura luego de caminar todo el pueblo de San Antonio de los Baños hasta encontrar al hombre que, casi en secreto, la vende. El primer dia, por la tarde después de clases, pedí prestada una brocha y solo encontré una del grosor de mi mano.
Aún con la ropa del día, empecé. Limpié el muro que sostiene mis ventanas con una escoba y empecé a pintar. Cada brochazo hacía que viera mi pared más limpia y eso me entusiasmaba. Avancé solo un poco esa tarde: el muro y una columna. A la mañana siguiente vi todo tan diferente que, desde ahí, no he parado cada tarde al salir de clases. Esa es mi fuente de felicidad esta semana.
La manera más rápida es pedirle a alguien que lo haga, pero pintarla yo misma me hace sentir dueña de mi espacio y con eso de mi vida.
La manera más fácil y cómoda es hacerlo con un rodillo, pero hacerlo con brocha y ver cómo lentamente cambia mi realidad con mis propias acciones es como una metáfora de lo que debo hacer con el resto de mis proyectos: cambiar mi realidad yo misma, con mi trabajo.
Y que sea con una brocha pequeña hace que me dé cuenta de que con las herramientas que tengo ya, con todo lo que traigo conmigo – ya sean conocimientos o experiencias de vida- ya estoy preparada y lista para avanzar. No necesito un gran rodillo ni estar más preparada porque ya traigo herramientas y aunque sean pequeñas como la brocha, pueden hacerme avanzar lentamente.