Nani Pease
Antropóloga, Ph.D. en Psicología y teatrista
A los 9 años, mi hijo me pidió entrevistar a mi alumno transexual para escribir el cuento “La princesa trans”. Me aterroricé “¿Y si sus preguntas eran invasivas o dolorosas?”, pensé. Pero subestimé lo maravillosos que pueden ser los niños pues solo le preguntó: “¿Qué sientes cuando te discriminan?” y “¿por qué la gente discrimina?”. Mi alumno era la primera persona trans que mi hijo conocía, y si bien no tenía una comprensión profunda de lo que implica ser trans, sabía que lo más importante es entender por qué se les margina.
Los estereotipos de género no son condición inherente de la niñez. Estos se beben tempranamente en la vida, suelen naturalizarse y, sin duda, pueden cuestionarse. Todos dejamos ir o reformulamos ideas incuestionadas de niños. Y si podemos hacer eso, ¿cómo es que con toda la evidencia acumulada sobre que el género es básicamente una construcción cultural seguimos asignando colores “adecuados” al género (como si tal cosa existiera), llamamos a las niñas “lindas” y a los niños “fuertes”, creemos que las personas LGTBQI+ asustarán a los niños si se besan en público y los “volverán” gays o lesbianas (como si tal cosa fuera posible o como si serlo fuera negativo)? Eso no es cosa de “niños”. No son los niños los que realmente nos preocupan. Solo hay miedo a cuestionar el propio machismo u homofobia.
Las niñas y niños desarrollan nociones de justicia y equidad a corta edad, y tienen enorme curiosidad por las diferencias sin necesariamente jerarquizarlas. Las jerarquías las reciben de nuestros miedos y nuestros temas irresueltos, y de lo que nos enseñaron a naturalizar. Y ello mata su curiosidad. Lleva a construir murallas de infelicidad propia y ajena.
Regala a tus hijos el revisar tus estereotipos de género. Deja que te regalen esa curiosidad que no juzga y esa justicia que no busca excluir. Se lo merecen. Te lo mereces.