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11 Sep 2021 | 9:55 h

La historia de la pareja de enamorados que capturó a Abimael Guzmán

Los agentes del GEIN ‘Ardilla’ y ‘Gaviota’ fueron la pareja que entró a la casa que escondía a Abimael Guzmán. Una historia similar a los que se aprecia en la pantalla grande.

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    La historia la pareja de enamorados que capturó a Abimael Guzmán | Archivo LR

    Julio Becerra y Cecilia Garzón, la pareja de enamorados que capturó a Abimael Guzmán sin usar la fuerza bruta, forman parte de la historia de aquella época en la que reinaba el terror en el país. En las instalaciones del Grupo Especial de Inteligencia de la Policía (GEIN) fue la primera vez que cruzaron miradas, donde no saltaron chispas de atracción ni sonó alguna música romántica de fondo. El inicio de su romance no fue como los cuentos de hadas, pues ambos no se toleraban; uno, era bien pegado a las reglas militares; la otra, era más atrevida para cruzar las líneas delgadas entre el respeto y la empatía, así se forjaba su idilio.

    “A mí él me parecía un pesado, demasiado pegado a las reglas”, dice Cecilia con la voz fastidiada, como si el recuerdo reanimara la antipatía de aquellos días. Julio la mira y sonríe. “A mí ella siempre me gustó, me parece una mujer muy inteligente y valiente”, recuerda Cecilia Garzón, conocida como 'Gaviota'.

    De los más de 80 agentes que integraban el grupo de policías que capturó a la cúpula de Sendero Luminoso el 12 de setiembre de 1992, solo tres miembros eran mujeres. Que Julio y Cecilia, los agentes ‘Ardilla’ y ‘Gaviota –sus nombre clave–, resolvieran sus diferencias y se emparejaran fue un hecho curioso pero providencial para su alto mando de ese entonces, el coronel Benedicto Jiménez, que finalmente tenía una pareja que pudiera hacer operaciones encubiertas, como si fueran enamorados.

    Una tarde de septiembre, gracias a su "estado sentimental", acecharon en una bodega al lado de la casa de Surquillo en donde se escondía Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso. El éxito de la captura dependía de que ambos interpretaran de modo convincente el rol de enamorados que se quieren mientras esperaban que la residencia se abriera. Fue una espera de más de dos horas mientras prolongaban el consumo de una gaseosa y una bolsita de Tor-Tees, lo único que pudieron comprar en la bodega con el magro presupuesto asignado.

    “¿Cuánto más vamos a alargar esta gaseosa? Ya tenemos acá dos horas, van a sospechar”, replicaron a sus superiores. Alguien en la radio bromeó: “Empiecen a chapar entonces”.

    Ardilla, el día que le dieron una gran misión

    El día que lo nombraron como parte de la Dirección Contra el Terrorismo, un par de años antes de la captura del siglo, la mamá de Becerra pensaba lo peor para su hijo, con lágrimas en los ojos. “Hijo, qué has hecho, por qué te castigan”, le decía a Julio Becerra.

    El alférez de 23 años, miembro de la promoción Forjadores, la segunda de la PNP desde su unificación, había mostrado un buen rol. “Que te mandaran a la Dincote se veía como un castigo; nunca supe por qué me mandaron ahí”, explicaba a El Comercio. Para Cecilia Garzón, que la derivaran a esa división policial fue una bendición. Ella soñaba con el trabajo de campo, no con la aburrida labor de escritorio que para algunos les era grata.

    La asignaron para seguir a los del MRTA, mientras que a ‘Ardilla’ lo mandaron al grupo que vigilaba a Sendero. Eso también fue un motivo de disputa. “Es que a los que vigilábamos a los senderistas nos parecía que los otros se la llevaban fácil. Los mandaban a Miraflores, mientras que nosotros teníamos que trepar cerro todo el día”, añora el hoy comandante PNP Becerra.

    Seguir a terroristas era una chamba sin descanso, que no conocía fines de semana ni feriados. Si un subversivo se iba a dormir a su casa, había que hacer guardia al menos un par de horas más por si se levantaba en la madrugada. Había que tener, además, cuatro mudas de ropa en la mochila, para cambiar de apariencia durante el día y no ser descubiertos. Otras veces tenían que fungir papeles. ‘Ardilla’ salía con un charango, como si fuera músico folklórico, aunque no tocara una nota de ese instrumento.

    Para el año 1992, seguir a Sendero Luminoso se volvió una tarea tan trabajosa que ‘Gaviota’ fue asignada al grupo de su archienemigo, ‘Ardilla’. Y fue en una misión en grupo, siguiendo a unos miembros del órgano de propaganda de Sendero, en Villa El Salvador, que el infaltable clic entre ambos se produjo. Desde entonces fue común una frase en el GEIN que los demás repetían por la radio, para fastidiarlos: "Ardilla’, ‘Ardilla’… todo comenzó en Villa".

    Un paso en falso y mueres

    La puerta de la casa de Los Sauces se abrió por la noche y de ella salieron Maritza Garrido Lecca y Carlos Incháustegui, inquilinos de la propiedad y cuadros de SL, junto con dos civiles que habían ido esa tarde. ‘Gaviota’ y ‘Ardilla’ se encomendaron a Dios mientras sacaban sus armas. “¡Quietos! ¡Policía!”. En la entrada, Incháustegui forcejeó con ‘Ardilla’ para quitarle el revólver y se tiró al suelo cuando ‘Gaviota’ puso orden con un disparo al aire.

    La misión de Becerra era no permitir que se cerrara la puerta, hasta que llegasen refuerzos. La adrenalina pudo más y decidió ingresar solo al domicilio. En el segundo piso derribó una tapia y ahí encontró a Guzmán. Lo rodeaban sus partidarias Elena Iparraguirre y Laura Zambrano. “Si te mueves, te mato”, le advirtió, apuntándole con su Smith & Wesson. Las camaradas se le tiraron encima a jalarlo del pelo, pero él no dejó de señalarle con el arma. Sus compañeros lo rescataron, mientras por radio confirmaban la noticia: “‘Cachetón’, positivo. Lo tenemos”.

    Una vida juntos

    Seis meses después de la histórica caída del Comité Central de Sendero, lo que provocó el colapso del grupo terrorista y casi el fin de la guerra, Becerra y Garzón llegaron al altar para darse el "Sí, acepto". Con los US$ 15 mil de recompensa que les dieron se compraron una casa, en la que hasta hoy viven. En los pisos superiores alquilan cuartos a universitarios para apuntalar la economía familiar. Ella se retiró de la PNP y hoy trabaja en un colegio. Él estudia para ascender al grado de coronel. Siente que ya le toca y por las noches memoriza un manual enorme con 5 mil preguntas.

    No tuvieron hijos, aunque lo intentaron por muchos años. Él tuvo una hija de otra relación, un episodio que la pareja superó con creces. Cecilia quiere mucho a la niña, dice, aunque no viva en su hogar.

    A mí me da pena cuando veo que los chicos ven una foto de Guzmán y dicen que es un filósofo. Es como si nuestro esfuerzo no hubiera valido”, manifiesta Becerra con desazón. Sin embargo, viendo las cosas a la distancia, siente que no se arrepiente de que lo hayan derivado aquella vez a la Dincote, aunque no le tocara. No fue un castigo, sino un premio. Allí conoció a grandes amigos, la gloria y se sintió parte de la historia del país. No cambiaría lo que le pasó por nada del mundo.

    Con información de El Comercio.