La semana pasada, publiqué una foto en ropa interior en mis redes sociales. “Que los centímetros no midan tu belleza” es el texto al pie de esta.
Cuando tenía 15 años aparecieron en mis muslos algunas estrías que todavía me acompañan. Me di cuenta porque me recomendaron que me bronceé. Sí. Yo no había notado esto hasta ese momento.
Entonces, mi primer acercamiento fue una recomendación para ocultarlas. Así también várices y celulitis. Otras mujeres mayores me estaban enseñando a ocultar mi naturaleza. Además, por supuesto, de los medios de comunicación. “Se ve feo” me decían. Y yo aprendí mal. Aprendí que mis estrías, mi celulitis, mis várices y mis pocos granitos en la cara “se veían feo”.
Siempre he sido “contreras”, al menos eso dice mi mamá. Pero cuando tuve cáncer me di cuenta de que juzgar mi naturaleza no me hacía feliz y yo solo quería hacer cosas que me hicieran feliz. Digo, si voy a gastar energía en mí misma, que no sea para avergonzarme de mí.
Entonces decidí que ya no miraría las partes de mi cuerpo con ojos de juicio. Pero claro, hay un largo camino entre tomar la decisión e interiorizarlo.
Empecé a trabajar en medios desde los 16 años y el nivel de exposición al que me enfrentaba no era común en comparación con mis compañeras de clase, pero créanme que sufríamos -y las adolescentes siguen sufriendo- los mismos juicios contra nuestra apariencia.
Pero, felizmente, siempre he tenido una familia que me ha hecho sentir segura de mi apariencia y sobre todo de mis capacidades. Pero hubo un cambio radical en mí cuando vine a Cuba.
Aquí, como ya les había contado, comparto la vida (clases, almuerzos y convivencia) con personas de muchos países del mundo; y, además, me encanta frecuentar lugares donde cubanas y cubanos bailen salsa. Observándoles me empecé a sentir mucho más cómoda conmigo misma.
Las mujeres cubanas me han enseñado, sin saberlo, que, aunque tenga pancita, me puedo poner un top, que bailar sola es igual de divertido, que puedo seguir usando bikini a la edad que sea y con el peso que sea, que siempre que yo lo crea, me voy a ver bien. Y el hermoso clima caribeño, me invita a estar desnuda en mi habitación siempre.
Me fui adueñando de estas prácticas: en casa cocino desnuda, duermo desnuda, escribo desnuda y permanezco así tantas horas al día que acostumbro ver mi cuerpo al pasar por los dos espejos que tengo aquí. Así que cada día lo normalizo más. Eso me hace feliz, cuando veo mi cuerpo tantas veces, lo empiezo a conocer y al conocerle, me adueño de mí misma.
No tiene que ver con ser poco saludable, tiene que ver con aceptar mi realidad, que no es lo mismo que resignarse ni nada de eso. Es aceptarte y gustarte, para qué gastar tu energía en hacerte daño.
Y cuando tengo ganas de entrenar y hacer dietas bajas en calorías, lo hago con placer y teniéndome paciencia. No me gusta hacerme sufrir. Si quiero tomarme un helado, no me siento culpable. La culpa se fue hace mucho tiempo. Ahora, así como las cubanas; bailo sola, apretadita y estoy feliz.