Redactada por : Massiel Arregui - Especialista en arte-educación y amante de los gatos
“Mis gatos son los únicos que me dan bola”, pienso mientras miro a tres de los cuatro que, para variar, tengo echados sobre mí. Hoy es sábado y los chicos no están en casa, así que podré pasar más tiempo con ellos en la cama.
¿Por qué siempre tan cerca de mi cara?, le pregunto a Tigro, que descansa sobre mi pecho. Me mira con pereza como diciéndome que le siga hablando si quiero, pero que él no me dará respuesta alguna. Entonces empiezo a recordar a mis hijos pequeñitos. También se echaban así, sin hablar y sin nombrar.
Se levantan conmigo de la cama y la Manchis, que ha dormido en la sala, nos ve y me cuenta con sus ojos bien abiertos y sus maullidos lo que ha visto en la noche por la ventana del balcón. La abro un poco para que salga a seguir observando y atrape esos bichos que están volando bajo el sol. Leo se estira con gracia, Luna rasca sus uñas sobre el pedazo de cartón que les he puesto en el comedor y Tigro se sube al mostrador para ver cómo le sirvo su comida. Me agacho un poquito para topar mi nariz con la suya antes de colocar su plato suavemente sobre el suelo. Casi piso a Luna, que se ha echado panza arriba en el piso detrás de mí. A mi hija también le hacía nariz-con-nariz de chiquita.
Salgo de casa y, cuando regreso, encuentro a todos desparramados en los sofás. Empiezan a despertarse de su envidiable siesta de la tarde. Los dos más pequeños me miran con indiferencia y los otros me siguen a mi cuarto. Me saco los zapatos, tiro la cartera y Tigro salta a la cama, a mi pecho, antes de que me pueda echar. Cuando lo hago se acomoda mejor y me pide con su ronroneo las caricias que le tocan cada noche en la cabeza y la barbilla. Los demás se van uniendo al ritual, uno a uno. Es así que, poco a poco, mientras les hablo, les hago saber que los siento y los veo. Y ellos, estoy segura, parecen amarme por ello.
Entonces me dejo llevar a ese lugar donde nada se tiene que decir ni nombrar. Donde gatos, hijos y humanos somos todos lo mismo. Donde nos acompañamos solo con el silencio y la quietud. Esa quietud de gato que nos permite ser una mejor versión de nosotros mismos y convivir con la incertidumbre de este universo, tan perfectamente bello como ellos. Mis gatos son los únicos que me han podido enseñar esto. Soy tan gata como persona, y ellos tan humanos yo.