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06 Ago 2019 | 17:21 h

¿En qué piensa Gladys Tejeda cuando corre?

Nuestra campeona Gladys Tejeda, medalla de oro en maratón en Lima 2019, con récord Panamericano, no habla. No espera. No baila. Más bien, medita.

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    Estamos a cero grados en la provincia de Junín. Es el primero de enero del 2019 y hoy jurará como nuevo alcalde Jorge Tejeda Pucuhuaranga, el hermano. Todavía no he visitado su casa y es la primera vez que hablaré con Gladys Tejeda. Ayer fue la fiesta de Año Nuevo, pero el pueblo despertó temprano, y camina en dirección a la plaza donde un parlante emite una cumbia mientras llegan los invitados y las autoridades.

    Durante la campaña electoral, la señorita Tejeda fue liebre de su hermano en una carrera política donde muchos codiciaban la alcaldía. Hoy estarán juntos en la toma de mando. Gladys aceptó que la entrevistara aquí porque tendría más tiempo y habría menos gente. Pero nuestra charla será más rápida que una competencia fartleck, esas donde parece que los atletas no corren sino se escapan.

    —¿Extrañas mucho a tu madre cuando viajas? —Sí, obviamente. Pero los deportistas de alto nivel tienen que alejarse de su familia. A veces la familia o en la casa no te entienden.

    La disciplina necesita de consignas como estas. Poner a la familia a un lado para no tropezar en la carrera. Entrenar, comer, descansar. Entrenar, comer, descansar. Entrenar, comer, descansar. Una invitación que la distraiga de esta rutina siempre será mal recibida.

    Esta mañana, Gladys Tejeda viste un traje elegante, un abrigo rosado y una cartera de cuero del mismo color. Tiene puesto un delineador negro en los ojos y un leve maquillaje en las mejillas. Ha vuelto luego de mucho a Junín. Aquí trabajó como profesora de primaria y técnica en una fábrica de harina de maca, la raíz más famosa del Perú. Pero de eso hace mucho. Son decenas de maratones que la separan de aquel pasado. Tanto que el clima de Junín se ha vuelto ajeno a su organismo y hoy la altura le incomoda. Pero los sacrificios son un ingrediente más en la dieta psicológica que se aplica.

    —¿Cuánto te vas a demorar? Tengo que entrenar —me frena.

    El cerebro de un atleta se mueve entre el descanso y la fatiga, propias del ejercicio, así que esta entrevista no tiene sitio en su rutina. Han pasado veinte minutos de preguntas y respuestas breves y ya luce cansada, ansiosa. Quiere irse a casa a ponerse un buzo y correr por los cerros. Hacer cuestas, le llama. Luego descansará, comerá y volverá a correr. Los horarios fueron inventados para los atletas. En un día común, Gladys se levanta a las cinco de la mañana, come algo al vuelo para que su estómago digiera y a las siete ya está en la pista del estadio. Dos horas circulares sobre el rekortán y vuelve a casa, desayuna y duerme. Para relajarse, cocina, lee best sellers de autoayuda y también piensa en qué hará cuando sus piernas le digan basta. A las cuatro de la tarde está repuesta para el siguiente turno. Es su trabajo de todos los días. Y es que cuando Gladys Tejeda fija algo en su mente queda tallado en piedra. Sucedió de pequeña, cuando insistió tanto por unos zapatos de fútbol que a su padre no le quedó más remedio que comprárselos. Le había dicho que era una exigencia de la maestra de la escuela. Nadie se los había pedido, en realidad, pero ella creía que para que su equipo ganara eran necesarios esos chimpunes.

    El tiempo para Gladys Te - jeda es otra de sus obsesiones. Y por cómo me mira creo que debo cortar. Mueve las manos, mira hacia otro lado, suelta monosílabos. No lo dice, pero desea irse.

    —Gracias, Gladys. No te quito más tiempo. Además, creo que estás incómoda con ese traje. —Chao.

    Chao. Chao. Me ha dicho chao, y se ha ido sin más. A veces creo que está hecha de metal. Pero solo a veces. Luego recuerdo que también siente dolor.

    El dolor de un fondista es como una cicatriz que se oculta debajo del vestido. Y ella lo conoció de niña. A los 11 años se prestó unas zapatillas de caucho que le dejaron ampollas en los pies. Esa experiencia fue la admonición de lo que vendría. Un idilio masoquista entre el dolor y su mente, donde el cuerpo es simple fetichismo deportivo.

    En 2012, durante la maratón de las Olimpiadas de Londres, sintió una molestia mayor: «Me dio periostitis y la pierna derecha tenía una falla. Por eso en el kilómetro cinco me empecé a sentir mal, pero a pesar de eso conservé mi tiempo».

    A Gladys le detectaron un problema lumbar que hacía que su cadera derecha girara demasiado y perdiera energía en ello. Pero nunca bajó el ritmo mientras cruzaba las calles de la ciudad inglesa. Su entrenador eliminó de ella el significado de dolor. Su mente producía, entonces, más endorfinas de lo normal. Tejeda corría (corre) contra su cuerpo. Desde ese año ha buscado especialistas para que le ayuden. «Todavía puedes correr», la animó Gina Flores, la doctora deportiva del Centro de Alto Rendimiento. Había que corregir tres cosas: la postura, la cadera y una plantilla para el pie cavo.

    Johana Jinés, especialista en osteopatía, fondista y amiga de Tejeda, me explica que la mala postura de su tórax hacía que su pelvis trabajara más, generándole un dolor insoportable.

    En su caso teníamos un desequilibrio de hipo movilidad en el tórax, y eso provocaba un desequilibrio de híper movilidad en la pelvis. Por eso había dolor».

    Cuando Gladys se enteró de esto, ya no era un simple problema físico sino una preocupación que la desanimaba. Pero insistió. Las malas noticias empezaban.

    Luego de ganar la maratón de Ciudad de México, en el 2017, Tejeda comentó, en una entrevista para CNN, que el 60% de su preparación es mental. Solo el 40% lo atribuye a lo físico.

    —Cuando estás en la final de una competencia ya no piensas en nada. Hay momentos que tu mente se hace blanco. Pero hay momentos que sí (piensas).

    Para fortalecerse, Gladys busca rutas que la hagan sufrir. No solo corre en pistas. Sube cerros, salta charcos, pisa el barro.

    —Ahí te ves si eres fuerte o si eres débil — dice aleccionándome.

    Esta teoría de la profesora Tejeda le funcionó desde su primera competencia en 2010 hasta la última, y quizá más dolorosa, en los Juegos Olímpicos de Río 2016. No detenerse. Superar el dolor. Todo un manual de autoayuda repasado al borde del colapso, en la pista, sin oxígeno y con las piernas temblándole.

    —Yo digo: solo un instante voy a sufrir. Es así. No es todo el momento, todo el día.

    La veo con ganas de acabar la entrevista. Otra vez. El estadio parece una feria itinerante: hoy es la clausura del curso de vacaciones del Instituto Peruano del Deporte. Decenas de niños revolotean con sus trajes deportivos. A Gladys Tejeda le gustan los niños. Fue maestra por un corto tiempo antes de dedicarse al atletismo. Cuando se retire piensa crear una escuela para aquellos que deseen formarse en esta disciplina.

    Su mente tiene ritmos y presiones suficientes como para perder el tiempo en necedades. Ahora que se va pienso en lo que hará después. Cuando corres al máximo sientes que se te va la vida en cada respiro. Lo supe cuando intenté alcanzarla hoy mientras la miraba escaparse. Pienso en esos momentos extremos de los que habló, esos cuando toca darse por vencido. Y en su fórmula. Un salmo inventado en esta religión de las piernas que cada atleta repite bajo una traducción distinta.

    Los atletas se imponen una realidad inventada. Un asomo de mitomanía usada para la gloria. Correr es una forma de engañar al cuerpo.

    Por: Daniel Mitma