Brryan Jackson, actualmente de 31 años, fue inyectado con el VIH por su propio padre, Bryan Stewart, precisamente cuando estaba por cumplir 12 meses de vida. Las autoridades afirmaron que el motivo del atroz acto fue porque quería ver muerto a su hijo para no tener que verlo ni pasarle una manutención.
Con el bebé recién nacido, Stewart maltrataba a su mujer y discutían fuertemente por el sustento económico del neonato. En una de sus peleas, el hombre le advirtió a la madre con una frase que recordaría siempre: “Tu hijo no vivirá más allá de los cinco años”. Luego de eso se separaron, para ser exactos en 1992.
“Cuando Jackson tenía 11 meses de edad, su madre lo llevó al hospital por un ataque de asma y, para sorpresa de todos, su padre, le hizo una visita: le dijo a la madre que se fuera a la cafetería y se cogiese algo de beber, la convenció diciéndole que él se quedaba a cuidar del bebé. Una vez solos, Stewart aprovechó para inyectarle en el brazo una jeringuilla llena de sangre infectada con VIH. Todo con el objetivo de no tener que pagar a su exmujer la manutención de su hijo”, explicaron las autoridades.
Desde aquel día, Brryan empezó a sentir un cansancio singular, fiebre alta y repetitivos dolores de cabeza. Razones que llevaron a la madre a acudir a distintos médicos que la ayuden a saber qué es lo que le ocurría a su pequeño heredero.
No fue hasta que el niño tuvo cinco años de edad, a mediados de mayo de 1996, que pudieron diagnosticarle la causa de su sufrimiento. Pues Brryan completaba más de 1.400 días con inexplicables síntomas de letargo e intensa taquicardia.
La médica Linda Steel Green fue quien ayudó a dar con el diagnóstico del menor. Ella contó que tuvo un “mal sueño” que la aterró. “El niño puede tener SIDA”, se dijo así misma.
Linda narró que antes de acostarse recordó algo que la madre del bebé le confesó, la frase que su expareja le gritó y que ella no pudo olvidar. Aquella advertencia relacionada con la muerte de Brryan.
Ya en el hospital comparó pruebas especiales que corroboraban que su sueño fue el presagió de lo que ocurriría en la realidad. Brryan Jackson tenía una infección bastante avanzada de VIH.
Una noche de 1998, el niño tuvo que ser hospitalizado por un grave decaimiento y después de una rigurosa investigación, la justicia estadounidense pudo comprobar por fin que fue el propio padre que le inyectó el VIH.
Descubrieron que el ciudadano había robado la sangre de su trabajo, pues laboraba en un centro de análisis sanguíneos. Fue capturado y condenado a cadena perpetua. El juez calificó a Stewart como “el peor tipo de criminal de guerra”.
Con varios órganos afectados por el virus y habiendo entrado en descanso en dos ocasiones, los médicos especialistas recomendaron a su mamá que se preparara para el peor escenario. Brryan, sin embargo, logró superarlo y continuar viviendo.
“Pasé de tomar 23 pastillas al día a una y el virus es indetectable en mi cuerpo. Mi recuento de células T ha subido y tengo un cero por ciento de posibilidades de contagiar el virus”, explicó en 2013.
Optó la decisión de añadirle una ‘r’ a su nombre de nacimiento y cambió su apellido (Stewart) por el de su madre. Hoy se presenta como Brryan Jackson.
Ahora es un hombre que se ha convertido en un activista y se dedica a contar su historia de superación por el mundo. Aunque no mantiene relación con su progenitor, asegura haberlo perdonado de corazón.