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“Cuarenta y veinte”

Cuando tenía 19 años mi chico tenía 44. Puedo decir a mi favor que yo no sabía su edad al conocerlo y mucho menos él la mía. Fue un trago amargo para él. Únete al canal de Whatsapp de Wapa

    “Cuarenta y veinte”
    Cuando tenía 19 años mi chico tenía 44. Puedo decir a mi favor que yo no sabía su edad al conocerlo y mucho menos él la mía. Fue un trago amargo para él.

    Como diría esa vieja salsa que nos pone a rumbear pegaditos “… y cuando me haces caricias, caricias prohibidas, caricias que te hacen olvidar el tiempo…”. Algo así han sido mis estados amorosos. Desde que estuve en el colegio y me gustaba un profesor –déjenme decirles que no era la única. Todas las alumnas y mamás se morían por él–. Por ese entonces dejaba la impuntualidad de lado para levantarme seis de la mañana todos los días. Llegar temprano al colegio. Verlo caminar y decir “Buenos días, Estefany. ¿Qué tal todo?”. Listo. Respira. Suspiraba. Y ya era suficiente. La cuota de felicidad del día ya estaba cumplida. Tenía 46 años y lucía tan sexy. No solo me refiero al físico, sino a todo lo que él englobaba. Espera. ¿Dijiste 46 años? ¡QUÉ!

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    Desde que tengo una vida romántica activa –que en realidad empezó a los 5 años cuando era ‘novia’ del hijo de la directora de Inicial–, siempre me han gustado los hombres mayores. Y cuando digo mayores lo digo en serio. Quizás podría aceptar salir al cine, tomar un café, y contarnos chistes. Pero hasta ahí no más. Sin romance, sin situaciones comprometedoras, sin absolutamente nada que se pueda malinterpretar. Tampoco estoy diciendo que sea exigente, no tendría por qué serlo. No tengo un prototipo de hombre, mucho menos de amante. Sin embargo, las casualidades de la vida me permiten decir que si cumplen estas cuatro características algo podría pasar: Sonrisa cómplice, ritmo en la pista –porque recuerden señoras, el que tiene buen swing al bailar lo tendrá en todos los aspectos. Ustedes me entienden–, perfume cautivador y por lo menos diez años mayor que yo.

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    Cuando tenía 19 años mi chico tenía 44. Puedo decir a mi favor que yo no sabía su edad al conocerlo y mucho menos él la mía. Fue un trago amargo para él. Yo lo viví naturalmente, salvo porque tenía que aguantar sus arranques repentinos de moralidad. Pero vamos, si de amor se trata no existen algoritmos que controlen a ese monstruo tierno y calcinante. Disfrutamos unos seis meses bien vividos. No suelo creer en las relaciones formales porque he desarrollado una especie de alergia al compromiso; sin embargo, él transformaba todos mis prejuicios y los olvidaba con el tiempo.

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    Después de ese romance llegó A de 39 años, B de 34, C de 38 y D de 42. Todos amores repentinos, pero que me dejaron lo mejor de una relación: los recuerdos. Experiencias como salir de madrugada al parque y conversar con los árboles, las plantas y las flores para vencer el insomnio. ¿Lo vencíamos? No. Pero invertíamos mejor nuestro tiempo. Creo que con el último me encariñe más. “D” puso en jaque mate mis creencias sobre el free love. Lo quería. Y lo quería solo para mí. Así con sus 18 años mayor que yo. Llegó a mi vida en el momento inoportuno y yo me atravesé en su corazón a destiempo. Pero de algo estoy segura: lo que tiene que ser en esta vida, lo será a corto, mediano o largo plazo. ¿Lo extraño? Me encantaría decir que sí y que lo recuerdo todos los días. Mentiría descaradamente. El tiempo se encargó de devolvernos a los sitios correctos, pero manteniendo la sonrisa cada vez que nos vemos. La ventaja de no tener relaciones formales es que no tienes que finalizar dramáticamente una etapa. Al contrario, el romance no quita la amistad y la amistad se vuelve más entrañable si hubo romance. Lo apliqué con él, con los anteriores y lo haré con los que vendrán. ¿Con los que vendrán? Pues sí. Mujeres, somos demasiado jóvenes y tenemos la vida tan corta que no podemos ir muriendo por amor cada vez que rompemos con alguien. Recuerden, mientras más practiques mejor será el resultado –aplicable en todo lo que están pensando–.

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    Pueden llamar a este tipo de amores de todas las formas. Lo más cercano a la realidad es asociarlo con “el complejo de Electra”. Tendría mucho sentido. Mi padre falleció antes que yo naciera. Es posible que de alguna manera u otra busque una figura paterna en mis parejas. Pero yo creo que va más allá. Toda mi vida he pensado que mientras uno no se haga daño a uno mismo ni a terceros, el amor debe ser disfrutado en todas sus formas y materias. Si no lo disfrutamos ahora, ¿entonces cuándo?. Claro, aunque eso de disfrutar también implica bancarse los dramas de su edad. Las complicaciones de los tan ‘queridos’ 50. Y como poco a poco uno va encajando más en su tipo de vida que en la de tus pares. Pero de ese ‘no todo es color de rosa’ ya hablaremos la otra semana

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    “Cuarenta y veinte”

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